Mercancías actuales, Félix de Azúa

Como ya ha quedado claro en anteriores entradas, en este blog somos muy de JotDown. Y muy de Félix de Azúa. Por ello, periódicamente nos limitamos a reproducir algunos de los artículos de opinión que este publica en tan recomendable espacio cultural online (también disponible en papel). En la lectura que hoy recomendamos, podemos observar una peculair perspectiva sobre lo que Azúa denomina el camino del odio, el resentimiento, y su perenne efecto. ¿Qué opina el lector?

[Fuente: JotDown]

Mercancías actuales

Con su acostumbrado estilo barroco, que en ocasiones puede hacerle tan incomprensible como Walter Benjamin, el filósofo alemán Peter Sloterdijk ha estudiado concienzudamente lo que él llama la gran empresa del odio y el mercado del resentimiento, uno de los negocios más interesantes de la Europa contemporánea.

Los orígenes de esta explotación psíquica se sitúan tras el triunfo de la Revolución Francesa, aunque había comenzado ya con los panfletistas anteriores al estallido revolucionario y la propaganda contra el Antiguo Régimen. Esta es, sin duda, una de las grandes construcciones burguesas que acabó por volverse contra sus inventores. El rencor, el resentimiento y el odio serán elementos esenciales en las luchas revolucionarias del ochocientos, aunque toman un carácter de empresa global y tecnificada a partir de la Primera Guerra Mundial.

Las mejores compañías que vendieron resentimiento, las grandes sociedades del odio, fueron, en el siglo XX, los partidos de extrema derecha e izquierda europeos. Por la derecha se predicaba el odio contra los extranjeros, los diferentes, aquellos que tenían otra identidad o contra los marginales y heterodoxos, que es lo propio de todos los nacionalismos. Por la izquierda el resentimiento se dirigía contra los ricos, los millonarios, los empresarios, los superiores, las jerarquías, los jefes y los amos.

En los últimos tiempos el mercado del resentimiento se ha ampliado extraordinariamente y abarca no solo todo lo anterior sino también círculos singulares como algunos hombres según grupos de mujeres, los taurómacos para la fe animalista, los cuerpos de policía entre los aficionados a la violencia, muchos industriales para el ecologismo, los enemigos del nacionalismo según los nacionalistas o las víctimas del terrorismo para los simpatizantes del terrorismo. También, claro, los españoles en general, los cuales han heredado el papel de los judíos entre los identitarios periféricos.

Puede decirse que el odio y el resentimiento son en este momento la mercancía política de mayor éxito y la que lleva a gran número de desocupados a seguir las tertulias de televisión y de radio consideradas radicales. Ser rico se ha convertido en un peligro y cada vez menos gente se siente atraída por ese estado civil, aunque cada vez está más extendida la presencia mediática de millonarios amigos del odio y que incitan al odio, especialmente entre el ramo artístico.

Al tiempo que se hace más extensa la mancha de odio y resentimiento, los empresarios que lo explotan difunden una llamada a la alegría que ya habían puesto en circulación Karl Marx y algunos de sus seguidores, como Rosa Luxemburgo en las famosas cartas a colegas y amigos, citadas con esmero por Sloterdijk (Ira y tiempo, Siruela, p.141). En la actualidad los difusores de esta alegría, tan parecida a la de algunas sectas religiosas como Hare Krishna o los jesuitas, son ideólogos del tipo Antonio Negri, que exigen la sonrisa en el rostro del revolucionario agresivo, detenido, preso, condenado o tan solo juzgado.

Este modo de mostrar la superioridad moral del reo y su desprecio por el tribunal burgués compuesto por títeres judiciarios sigue muy presente en nuestro país. Es casi imposible no haber reparado en las sesiones judiciales contra miembros de ETA en las que los acusados se miran con regocijo, se saludan alegremente, ríen chistes o intercambian gestos de cuadrilla con los camaradas que han acudido a la sala. Obedecen a una imperiosa orden de sus superiores y están en sintonía con la imagen del revolucionario romántico.

Luego, sin embargo, pasada la sesión de publicidad de empresa, esta alegría regresa a la sintomatología del odio y a la amargura física implacable. En este sentido era inestimable la fotografía que se hicieron los terroristas liberados gracias al tribunal europeo, tras el derrumbe de la doctrina Parot. Pocas veces se ha visto un grupo de gentes más marcado por la negra melancolía, el derrumbe del ánimo y la catástrofe psíquica. El odio, como ciertas drogas duras, produce euforia al principio, pero deja secuelas irreparables.

Acerca de framosagudo

Docente y discente interesado en la investigación y didáctica de la lengua y la literatura. Más en: http://www.linkedin.com/pub/francisco-ramos-agudo/6b/192/b63
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